Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Tercera Parte: Marius

Libro segundo

El gran burgués

Cap II : A tal dueño, tal domicilio.

Vivía en el barrio de Le Marais, en el número 6 de la calle de Les Filles-du-Calvaire. La finca era suya. El edificio de entonces lo han derribado y vuelto a levantar, y es muy probable que haya cambiado de número en esas revoluciones de numeración que padecen las calles de París. Ocupaba, en la primera planta, un piso antiguo y amplio, que daba a la calle por un lado y a unos jardines por otro, amueblado hasta el techo con grandes tapices de gobelinos y de Beauvais que representaban escenas pastoriles; los motivos de los techos y de los entrepaños se repetían, en miniatura, en los sillones. Alrededor de la cama tenía un biombo ancho, de nueve paneles, de laca de Coromandel. Unos cortinones largos y sueltos colgaban delante de las ventanas y caían en pliegues grandes y bien marcados de muy buen efecto. El jardín, que estaba inmediatamente debajo de las ventanas, comunicaba con la de esquina por unas escaleras de doce o quince peldaños que el buen hombre subía y bajaba a buen paso. Además de una biblioteca, pared por medio con su dormitorio, había un tocador al que tenía muchísimo aprecio, un retiro licencioso cuyas paredes cubría una espléndida estera florida y blasonada con flores de lis, tejida en las cárceles de Luis XIV y que encargó el señor de Vivonne a sus presidiarios para su amante. El señor Gillenormand la había heredado de una tía abuela materna muy huraña que murió centenaria. Había tenido dos mujeres. Sus modales estaban a medio camino entre el cortesano que nunca fue y el magistrado que habría podido ser. Era alegre y mimoso cuando quería. De joven, había sido de esos hombres a quienes engaña siempre su mujer pero nunca su amante porque son, al tiempo, el marido más desabrido y el amante más delicioso que darse pueda. Entendía de pintura. Tenía en su dormitorio un retrato maravilloso de a saber quién, obra de Jordaens, pintado a brochazos, con millones de detalles, hecho como con desorden y al azar. El señor Gillenormand no llevaba casaca Luis XV, ni tampoco casaca Luis XVI, sino que vestía como los petimetres del Directorio. Hasta entonces se había considerado muy joven y había ido siguiendo las modas. La levita era de paño fino, con vueltas anchas, de cola cerrada y con botones grandes de acero. La completaba con calzón y zapatos de hebilla. Siempre llevaba las manos metidas en los bolsillos del chaleco. Decía tajantemente: La Revolución francesa es una pandilla de tunantes.