VERDADERA HISTORIA DE LOS SUCESOS DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, POR EL CAPITÁN BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO, UNO DE SUS CONQUISTADORES.
CAPÍTULO CXXXV. Cómo se recogieron todas las mujeres y esclavos de todo nuestro real que habíamos habido en aquello de Tepeaca y Cachola, Tecamechalco y en Castilblanco y en sus tierras, para que se herrasen con el hierro en nombre de su majestad, y lo que sobre ello pasó.
Como Gonzalo de Sandoval hubo llegado a la villa de Segura de la Frontera, de hacer aquellas entradas que ya he dicho, y en aquella provincia todos los teníamos ya pacíficos, y no teníamos por entonces dónde ir a entrar, porque todos los pueblos de los rededores habían dado la obediencia a su majestad, acordó Cortés, con los oficiales del Rey, que se herrasen las piezas y esclavos que se habían habido, para sacar su quinto, después que se hubiese primero sacado el de su majestad, y para ello mandó dar pregones en el real e villa que todos los soldados llevásemos a una casa que estaba señalada para aquel efeto a herrar todas las piezas que tuviesen recogidas, y dieron de plazo aquel día que se pregonó y otro; y todos ocurrimos con todas las indias, muchachas y muchachos que habíamos habido; que de hombres de edad no nos curábamos dellos, que eran malos de guardar, y no habíamos menester su servicio, teniendo a nuestros amigos los tlascaltecas.
Pues ya juntas todas las piezas, y hecho el hierro, que era una G como esta, que quería decir guerra, cuando no nos catamos, apartan el real quinto, y luego sacan otro quinto para Cortés; y demás desto, la noche antes, cuando metimos las piezas, como he dicho, en aquella casa, habían ya escondido y tomado las mejores indias, que no pareció allí ninguna buena, y al tiempo del repartir dábannos las viejas y ruines; y sobre esto hubo muy grandes murmuraciones contra Cortés y de los que mandaban hurtar y esconder las buenas indias; y de tal manera se lo dijeron al mismo Cortés soldados de los de Narváez, que juraban a Dios que no habían visto tal, haber dos reyes en la tierra de nuestro rey y señor y sacar dos quintos; y uno de los soldados que se lo dijeron fue un Juan Bono de Quejo; y más dijo, que no estarían en tal tierra, y que lo harían saber en Castilla a su majestad y a los de su real consejo de Indias; y también dijo a Cortés otro soldado muy claramente que no bastó repartir el oro que se había habido en Méjico de la manera que lo repartió, y que cuando estaba repartiendo las partes decía que eran trecientos mil pesos los que se habían llegado, y que cuando salimos huyendo de Méjico mandó tomar por testimonio que quedaban más de setecientos mil, y que agora el pobre soldado que había echado los bofes y estaba lleno de heridas por haber una buena india, y les habían dado enaguas y camisas, habían tomado y escondido las tales indias, y que cuando dieron el pregón para que se llevasen a herrar, que creyeron que a cada soldado volverían sus piezas y que apreciarían qué tantos pesos valían, y que como las apreciasen pagasen el quinto a su majestad, y que no habría más quinto para Cortés; y decían otras murmuraciones peores que estas. Y como Cortés aquello vio, con palabras algo blandas dijo que juraba en su conciencia (que aquesto tenía costumbre de jurar) que de allí adelante no sería ni se haría de aquella manera, sino que buenas o malas indias, sacallas al almoneda, y la buena que se vendería por tal, y la que no lo fuese por menos precio, y de aquella manera no ternían que reñir con él. Y puesto que allí en Tepeacano se hicieron más esclavos, más después en lo de Tezcuco casi que fue desta manera, como adelante diré.