02.08.73 Los Miserables de Victor Hugo (2da Parte: Cosette – Libro octavo: Los cementerios toman lo que les dan – Cap 06 Entre cuatro tablas)

Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Segunda Parte: Cosette

Libro octavo

Los cementerios toman lo que les dan

Cap VI : Entre cuatro tablas.

¿Quién iba en la caja? Ya lo sabemos. Jean Valjean.

Jean Valjean se las había apañado para seguir vivo ahí dentro y respiraba más o menos.

Es muy curioso hasta qué punto una conciencia tranquila da tranquilidad para lo demás. Toda la combinación que había premeditado Jean Valjean iba bien; e iba bien desde la víspera. Contaba, como Fauchelevent, con Mestienne. No le cabía duda de cómo iba a acabar aquello. Nunca una situación más crítica se vivió con tranquilidad más absoluta.

De las cuatro tablas del ataúd se desprende una especie de paz aterradora. Era como si parte del descanso de los muertos se sumase a la serenidad de Jean Valjean.

Desde lo hondo de aquella caja había podido seguir, y continuaba siguiendo, todas las fases del tremendo drama que estaba interpretando con la muerte.

Poco después de que Fauchelevent hubiera acabado de clavar la tabla de arriba, Jean Valjean notó que lo llevaban en vilo; luego, que iban rodando. Cuando disminuyeron las sacudidas, notó que pasaban de los adoquines a la tierra apisonada, es decir, que salían de las calles y llegaban a los bulevares. Por el ruido sordo, intuyó que estaban cruzando el puente de Austerlitz. Con la primera parada, cayó en la cuenta de que entraban en el cementerio; con la segunda, se dijo: hemos llegado a la fosa.

Sintió de pronto que unas manos agarraban la caja; luego, un frotamiento rudo contra las tablas; comprendió que estaban atando una cuerda alrededor del ataúd para bajarlo al agujero.

Tuvo luego algo así como un mareo.

Seguramente, el empleado de la empresa de pompas fúnebres y el sepulturero habían desnivelado el ataúd y lo habían bajado de cabeza. Volvió en sí por completo cuando se notó en posición horizontal y quieto. Acababa de llegar al fondo.

Notó algo de frío.

Se alzó una voz, por encima de él, gélida y solemne. Oyó pasar, tan despacio que podía captarlas una tras otra, unas palabras en latín que no entendía:

—Qui dormiunt in terræ pulvere, evigilabunt; alii in vitam æternam, et alii in opprobrium, ut videant semper.

Una voz infantil contestó:

—De profundis.

La voz grave siguió diciendo:

—Requiem æternum dona ei, Domine.

La voz infantil contestó:

—Et lux perpetua luceat ei.

Oyó encima de la tabla que lo cubría algo así como el golpeteo suave de unas pocas gotas de lluvia. Debía de ser el agua bendita.

Pensó: «Ya falta poco. Algo más de paciencia. Ahora se irá el sacerdote. Fauchelevent se llevará a Mestienne para ir a echar un trago. Me dejarán solo. Luego, Fauchelevent volverá solo y yo podré salir. Será cosa de una hora larga».

La voz grave volvió a oírse:

—Requiescat in pace.

Y la voz infantil dijo:

—Amen.