Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Segunda Parte: Cosette

Libro primero

Waterloo

Cap V : El quid obscurum de las batallas.

Todo el mundo está al tanto de la primera fase de esta batalla; inicio confuso, titubeante, ominoso para ambos ejércitos, pero más aún para los ingleses que para los franceses.

Había llovido toda la noche; el aguacero había llenado el suelo de baches; el agua se había acumulado acá y allá en los hoyos de la llanura como en palanganas; en algunas zonas a los trenes de artillería les llegaba el agua a los ejes; de las cinchas de los tiros goteaba el barro líquido; si aquella aglomeración de transporte rodado en marcha no hubiera acamado el trigo y el centeno, cuyas espigas rellenaron las rodadas que hizo las veces de pajaza para las ruedas, habría sido imposible moverse, sobre todo en los valles que caían por Papelotte.

La cosa empezó tarde; era costumbre de Napoleón, como ya hemos explicado, tener toda la artillería en la mano como si fuera una pistola, apuntando ora a ese punto de la batalla, ora a aquél; y quiso esperar a que las baterías que ya tenían enganchado el tiro pudieran rodar y galopar libremente; para eso tenía que salir el sol y secar el suelo. Pero el sol no salió. Ya no era la cita de Austerlitz. Cuando dispararon el primer cañón, el general inglés Colville miró el reloj y comprobó que eran las doce menos veinticinco.

La acción la entabló con furia, más furia quizá de la que habría querido el emperador, el ala izquierda francesa, en Hougomont. Al tiempo, Napoleón atacó el centro lanzando la brigada Quiot sobre La Haie-Sainte y Ney movió el ala derecha francesa contra el ala izquierda inglesa que se apoyaba en Papelotte.

El ataque a Hougomont tenía algo de simulación; atraer hacia allí a Wellington, conseguir que se escorase a la izquierda: tal era el plan. Ese plan habría tenido éxito si las cuatro compañías de la guardia inglesa y los arrojados belgas de la división Perponcher no hubieran mantenido firmemente la posición; y Wellington, en vez de agolpar tropas en ella, pudo limitarse a no enviar más refuerzos que otras cuatro compañías de la guardia y un batallón de Brunswick.

El ataque del ala derecha francesa sobre Papelotte era un ataque a fondo: dar al traste con el ala izquierda inglesa, cortar el camino de Bruselas, impedir el paso a los posibles prusianos, forzar Mont-Saint-Jean, hacer retroceder a Wellington hacia Hougomont y, desde ahí, hasta Braine-l’Alleud y luego hasta Hal, nada podía haber más claro. Dejando aparte algunos incidentes, ese ataque tuvo éxito: tomaron Papelotte y se hicieron con La Haie-Sainte.

Un detalle que hay que tener en cuenta: había en la infantería inglesa, sobre todo en la brigada de Kempt, muchos reclutas. Esos soldados jóvenes se portaron con gran valor ante nuestra temible infantería; su inexperiencia salió del paso con intrepidez; hicieron ante todo una excepcional labor de tiradores; el soldado cuando hace de tirador depende hasta cierto punto sólo de sí mismo, se convierte por así decirlo en su propio general; aquellos reclutas mostraron en parte la inventiva y la furia francesas. Aquella infantería novicia estuvo inspirada. Y eso desagradó a Wellington.

Tras la toma de La Haie-Sainte, se notó un titubeo en la batalla.