Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Cuarta Parte: El idilio de la calle de Plumet y La epopeya de la calle de Saint-Denis

Libro duodécimo

Corinthe

Cap I : Historia de Corinthe desde su fundación.

Los parisinos que hoy en día, al entrar en la calle de Rambuteau por la parte del Mercado Central, se fijan, a su derecha, frente a la calle de Mondétour, en una cestería cuya muestra consiste en un cesto con la forma del emperador Napoleón el Grande y el siguiente letrero:

DE NAPOLEÓN LA URDIMBRE

ES TODA DE MIMBRE

no sospechan ni por asomo las escenas terribles que vio ese mismo lugar hace apenas treinta años. Ahí estaban la calle de La Chanvrerie, que en los carteles antiguos se escribía Chanverrerie, y la famosa taberna llamada Corinthe.

No ha caído en el olvido todo cuanto se dijo acerca de la barricada que se alzó en ese lugar y que, por lo demás, dejó eclipsada la barricada Saint-Merry. Es esa famosa barricada de la calle de La Chanvrerie, sumida hoy en la más profunda oscuridad, la que vamos a iluminar un tanto.

Permítasenos recurrir, para mayor claridad de este relato, al sencillo sistema que ya empleamos en el caso de Waterloo. A quienes deseen hacerse una idea bastante exacta de las manzanas de casas que se alzaban por entonces cerca del campanario de Saint-Eustache, en el ángulo noreste del Mercado Central de París, donde desemboca ahora la calle de Rambuteau, les bastará con imaginarse, pegando con la calle de Saint-Denis por la parte de arriba y, por la parte de abajo, con el Mercado Central, una letra N cuyas dos patas verticales fueran las calles de La Grande-Truanderie y de La Chanvrerie y cuyo trazo transversal fuera la calle de la Petite-Truanderie. La antigua calle de Mondétour cortaba esos tres trazos de la forma más tortuosa, con lo que el enredado dédalo de esas cuatro calles bastaba para formar, en un espacio de cien toesas cuadradas, entre el Mercado Central y la calle de Les Prêcheurs por el otro lado, siete manzanas de forma curiosa y diferentes tamaños, situadas al bies y como al azar, y que apenas separaban, igual que si fueran unos bloques de piedra en el solar de unas obras, unas rendijas estrechas.

Decimos rendijas estrechas y no podríamos dar una idea más atinada de esas callejuelas oscuras, apiñadas, angulosas, que tenían a ambos lados caserones de ocho pisos. Eran unos caserones tan decrépitos que, en las calles de La Chanvrerie y de La Petite-Truanderie, las fachadas hallaban apoyo en unas vigas que iban de una casa a otra. La calle era estrecha, y el arroyo, ancho, de forma tal que el viandante siempre iba pisando un empedrado húmedo y caminaba pegado a comercios semejantes a sótanos, gruesos mojones con aros de hierro, montones tremendos de basura y puertas de pasillos de entrada que defendían gigantescas verjas circulares. La calle de Rambuteau acabó con todo aquello.

La calle de Mondétour escenifica a la perfección las sinuosidades de todas aquellas vías públicas. Un poco más allá, las representaba aún mejor la calle de Pirouette, que iba a dar a la calle de Mondétour.
El transeúnte que entraba en la calle de Saint-Denis desde la calle de La Chanvrerie veía cómo se iba ésta estrechando poco a poco según avanzaba, como si se hubiera metido en un embudo alargado. Al final de la calle, que era muy corta, le cerraba el paso, por el lado del Mercado Central, una hilera alta de casas y habría creído que estaba en un callejón sin salida si no hubiera visto, a derecha e izquierda, dos zanjas negras por las que podía evadirse.