Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Tercera Parte: Marius

Libro primero

París studiado en su átomo

Cap XII : El porvenir latente en el pueblo.

En cuanto al pueblo de París, incluso hombre hecho y derecho, sigue siendo el golfillo; retratar al niño es retratar la ciudad; y por eso hemos escogido el gorrión vulgar para estudiar el águila.

Es sobre todo en los arrabales, hay que insistir en ello, donde se muestra la raza parisina: ahí está el pura sangre; ahí está su auténtica fisonomía; ahí trabaja y sufre ese pueblo, y el sufrimiento y el trabajo son los dos rostros del hombre. Hay ahí capas profundas de seres desconocidos por donde pululan los tipos más peculiares, desde el soguero de La Râpée hasta el matarife de Montfaucon. Fex urbis, exclama Cicerón; mob, añade Burke, indignado; turbas, muchedumbres, populacho. Cuesta muy poco decir tales palabras. Pero admitámoslas. ¿Qué más da? ¿Qué más me da que vayan descalzos? No saben leer. ¡Qué le vamos a hacer! ¿Vamos a abandonarlos por eso? ¿Vamos a convertir su desamparo en una maldición? ¿No puede penetrar la luz en esas masas? Volvamos a este grito: ¡Luz! ¡Y obstinémonos en él! ¡Luz! ¡Luz! ¿Quién sabe si esas tinieblas opacas no se volverán transparentes? ¿Acaso las revoluciones no son transfiguraciones? Adelante, filósofos, enseñad, iluminad, encended, pensad en voz alta, hablad en voz alta, corred jubilosos al aire libre, confraternizad en las plazas públicas, anunciad las buenas nuevas, prodigad los alfabetos, proclamad los derechos, cantad las Marsellesas, sembrad los entusiasmos, arrancad ramas verdes de los robles. Convertid la idea en un torbellino. Podemos sublimar a esa muchedumbre. Sepamos usar ese anchuroso incendio de los principios y las virtudes, que chisporrotea, se alza y se estremece en algunas ocasiones. Esos pies descalzos, esos brazos al aire, esos andrajos, esas ignorancias, esas abyecciones pueden utilizarse para conquistar el ideal. Mirad a través del pueblo y veréis la verdad. Esa arena infame que holláis, que la arrojen al horno encendido para que allí se derrita y allí hierva; se convertirá en cristal esplendoroso y, merced a él, Galileo y Newton descubrirán los astros.